Con todos estos logros no puedo dejar de expresar mi agradecimiento y decir un millón de gracias por estar ahí junto conmigo todos estos años. Poco a poco, vosotros, mis lectores, y toda esta red de amigos que va creciendo, van dando forma a este sueño que es Vinálogos. Por ello, os deseo del fondo…
Bueno, imagino que, ahora, muchos de los aficionados, vinalogadores, vinaloguistas, seguidores de este blog, deben estar preguntándose qué es exactamente el WSET.
Ella es alegre, serena y mineral. Es un festival de frutos rojos, de monte bajo y de notas frescas y mentoladas. Ella es mencía, mi última uva antes de emprender un nuevo camino.
Invierno es a nuestro imaginario sinónimo de tintos, de tempranillos con cuerpo y crianza en barrica, de blends y variedades mediterráneas, e incluso, de vinos fortificados, empero, yo estoy disfrutando, cada vez más, los blancos con cuerpo, los blancos de invierno.
Se acerca la navidad y empezamos a vislumbrar paisajes nevados en Madrid. Salimos en bandada hacia la sierra buscando disfrutar otro panorama que, por un momento, nos haga olvidar esta vorágine que hemos vivido en el 2020, y entre la nieve y la pradera pienso en riesling y Raclette.
Seguimos este caluroso recorrido a través de Pessac-Léognan, recorriendo sus viñas y los alrededores de la región, ideal para conocerla en bici, mientras bebemos sorbo a sorbo de su riqueza vinícola.
Imagina un castillo perfecto con una sensación increíble de historia, imagínalo y vívelo en Pessac-Léognan, región francesa conocida por sus vinos tintos y sus blancos secos con marcado carácter y personalidad.
Como en el prefacio del soliloquio shakesperiano, hoy no me cuestiono sobre ser, sino sobre pertenecer o no pertenecer, esa es la cuestión.
Treinta y ocho primaveras disfrutadas, esta última confinada, pero igual, atesorada con los cinco sentidos. Hoy escribo estas líneas con aún más ganas de seguir celebrando la vida, bebiendo buenos vinos con buena compañía.